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Si usted ―querido lector― se dispone a leer algo de historia, ya sea de México o de cualquier parte del mundo, pero muy en especial la de nuestro país, debo compartirle una fórmula que me ha funcionado muy eficazmente para analizarla, digerirla y sacar conclusiones: los héroes son traidores, y aquellos que la historia oficial y sus historiadores a sueldo se empeñan en catalogar como traidores, serán los verdaderos héroes, patriotas, y personajes que realmente se entregaron en cuerpo y alma a México. Por supuesto con sus virtudes y defectos.
Ahora bien, me imagino que ya tiene algunos nombres en mente. ¿Acaso, Santa Anna? ¡Era de esperarse! Hay muchos más, pero por ahora me voy a circunscribir a un evento que a propósito no aparece en los libros de texto, y sucedió el 29 de enero de 1848.
Para llegar a este momento, recordaremos varios sucesos que giran alrededor del chivo expiatorio por excelencia de la historia nacional, y haré una muy resumida crónica para contextualizarlo lo mejor posible, poniendo en el centro al veracruzano nacido en Jalapa, don Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, quien para este año, 1848, a sus 52 años ya habría ocupado la silla presidencial diez veces, durante no más de 4 años, pero intermitentemente en un lapso de 15 años. Le faltaría su última y onceava presidencia que iniciaría en 1853 y duraría 28 meses, por lo que el gran total no serían más de 6 años y medio en 22 años. Este último periodo, será tema para otra ocasión.
Algunos de los momentos más representativos de este personaje sumamente despreciado, deformado, y a la vez más desconocido ―a propósito― de nuestra historia, son los siguientes:
En 1821, Santa Anna escoltó a Juan O´Donojú, último virrey, o mejor dicho Jefe Político Superior de la Nueva España, a Córdoba, Veracruz, para sentarlo con Agustín de Iturbide a firmar los tratados que llevarían el nombre de esa ciudad.
El mismo año, Don Antonio, quien jamás ocultó sus ambiciones, intentó cortejar a la hermana de Agustín de Iturbide, de nombre María Nicolasa, para pretender ser parte de la corte imperial; al enterarse el emperador, alejó a Santa Anna para evitar que eso sucediera. Error de Iturbide al desdeñar a quien lo habría apoyado para consolidar el Plan de Iguala. El 22 de diciembre de 1823, proclamó lo que llamó "Plan de Veracruz”, donde acusaba al emperador de ilegítimo, por haber desaparecido al congreso. En el fondo tenía parcialmente la razón queriendo subsanar el asunto, aunque ya no se pudo. De aquel plan se derivó otro llamado de Casamata el 1° de febrero de 1823, donde es presionado al extremo de lograr su abdicación el 19 de marzo del mismo año. El verdadero cerebro de este plan no fue Santa Anna, sino Miguel de Santa María, quien era diputado, espía, y lacayo de Simón Bolívar, quien además conspiró para asesinar al emperador Agustín I. Revisar mi ensayo: Bolivariano.
En 1829 enfrentó el último intento de reconquista española venciendo a Isidro Barradas, de donde obtuvo el apelativo: "El Héroe de Tampico.
Enrique Serna escribió su novela histórica "El Seductor de La Patria”, donde, en una misteriosa e indescifrable combinación de compilaciones, interpretaciones e investigaciones de las memorias del veracruzano, dictadas a su hijo Manuel al final de su vida, es que lo redibuja, recreando frases de un dictador que apenas si lo fue en su onceava presidencia, pero pintándolo de cuerpo entero, y con extraordinaria precisión. En adelante las identificaré con un asterisco (*).
Algunas de ellas reflejan los ataques de conciencia y arrepentimiento que seguramente tuvo al haber sido tan implacable con Iturbide:
(*) Perdóname, Agustín: sólo llegué a comprender tu grandeza cuando padecí tu calvario. Que la historia nos juzgue como lo que fuimos: navíos extraviados en el proceloso mar de la ingratitud.
En 1833 asume por vez primera la presidencia, pero renuncia y se la deja a su vicepresidente, el masón, liberal y jacobino, Valentín Gómez Farías. Don Antonio sabía que no podría ejercerla rodeado de un partido que reunía esas tres características, y que si bien nunca tuvo una ideología definida, mucho menos mostró jamás la posibilidad de someterse a estas fuerzas que ya dominaban a México.
Del 23 de febrero al 6 de marzo de 1836 gana contundentemente la batalla de El Álamo para intentar recuperar a Tejas, que en el ínterin, se estaba declarando independiente el 2 de marzo en un condado del mismo territorio, el cual, desvergonzadamente ya se autonombraba Washington County; por cierto con la ayuda incondicional del máximo traidor mexicano Lorenzo de Zavala.
De ahí sigue rumbo al norte, y por un grave error táctico es emboscado por Samuel Houston en la Batalla de San Jacinto.
Le pido ―querido lector― que se haga una reflexión muy sencilla, misma que yo me he hecho hace varios años, producto del sentido común: Si don Antonio hubiese querido vender o traicionar a México, lo hubiera hecho mejor y más rápido que Zavala con Tejas, y no se hubiera tomado tantas molestias de estar frente a la trinchera peleando en una colección interminable de batallas, y arriesgando el pellejo durante 22 años, mientras otros se paseaban en Palacio Nacional conspirando en la rebatiña del poder.
(*) Habría dicho alguna vez el veracruzano: "Gómez Farías creía ciegamente en las leyes, como si la letra impresa pudiera convertir la lucha por el poder en un civilizado juego de mesa. Pero las leyes propician otra clase de tiranía, la de los cretinos que son incapaces de resolver un problema, pero invocan la ley para obstaculizar a los hombres de acción”.
En 1838 se libró la guerra de los pasteles en el puerto de Veracruz contra los franceses, batalla donde Santa Anna logró controlar la situación, pero con el costo de perder la mitad de una pierna, resultado de una bala de cañón que la atravesó.
Del 20 de mayo al 15 de septiembre de 1847, el general Antonio López de Santa Anna, asumía su décimo mandato, y como presidente en funciones, en medio de una desigual y despiadada guerra, despachaba desde el campo de batalla. El general Gabriel Valencia tuvo la oportunidad de ganarle al famoso general que dirigía la invasión norteamericana, Winfield Scott, y desobedeciendo a su presidente y general de división, perdió la oportunidad en la batalla de Padierna. Pedro María Anaya se hizo inmortal con su cobarde e irresponsable frase: Si tuviera parque, usted no estaría aquí. ¿Entonces de quien era la responsabilidad de revisar los pertrechos? ¿También de Santa Anna? Así se perdió Churubusco. Nicolás Bravo comandaba la batalla de Chapultepec el 13 de septiembre, y permitió la deserción masiva de su ejército quedándose con menos de la mitad, y ojo… no defendió con su vida a los niños cadetes, quienes sí lo hicieron por México. Al menos uno de ellos sobrevivió, de nombre Miguel Miramón -El séptimo niño héroe-. El saldo: En el castillo se izó por primera vez la bandera de barras y estrellas, y el 15 de septiembre ya ondeaba en Palacio. Duró izada casi nueve meses, antes de que fuera arriada el 30 de mayo de 1848, al confirmarse el Tratado Guadalupe Hidalgo por parte del Senado norteamericano.
Se inculpa a Santa Anna de "haber huido” en esta etapa donde virtualmente ya habían ganado los americanos. Más bien logró escabullirse del ejército extranjero por Tehuacán con dirección a Oaxaca para tratar de rehacer a su ejército, pero "el dueño”, o mejor dicho el entonces gobernador de Oaxaca, Benito Juárez, le impidió la entrada. Seguramente el "benemérito” estaba vestido con su impecable frac que lo caracterizaba, viendo la oportunidad de que los invasores tomaran ventaja que el calculaba buena para México, mientras "el traidor preferido de la historia mexicana”, con las botas empolvadas, rodeado de traidores entreguistas, seguía buscando solución y posibles aliados. Don Antonio no olvidaría este momento, y habría de aprehender y exiliar a Juárez en 1853.
(*) Quien ha saboreado la gloria militar no puede resignarse fácilmente a las miserias de la política palaciega. En mi juventud había creído que tomar el poder me produciría una exaltación próxima al vértigo. Cuando lo tuve me dio náuseas el espectáculo de la sumisión ajena. Comprendí con horror que había estado persiguiendo un espejismo. Yo era un valiente acostumbrado a luchar con otros valientes, no un trepador oficinesco enfermo de soberbia, que se envanece por hacer favores a los demás.
Ni hablar que Santa Anna fue ambicioso, ególatra, astuto, escurridizo, sin ideología fija, pero sin lugar a duda y siempre en la trinchera, fue un patriota.
Dejando a un lado cualquier calificativo positivo o negativo de Santa Anna, hay dos hechos irrefutables en su vida: primero, la interminable lista de batallas que libró personalmente, y que ningún otro militar quiso o pudo enfrentar, y segundo, la inverosímil habilidad que tenía de aparecer y desaparecer, librando la muerte una y otra vez. Falleció de viejo a los 82 años, sin una pierna, sin un dedo, ciego y enfermo, pero no de una bala.
Sigo… Una calma chicha se iniciaba desde el 16 de septiembre del 47, donde muchos apátridas mexicanos ya comenzaban a sentirse felices, calculando cuántas estrellas más habrían de agregarse a la bandera del enemigo. Seguramente más de uno se fue a inscribir a alguna academia de inglés para perfeccionarse.
El Tratado Guadalupe Hidalgo, ya estaba redactado y negociado entre los señores, Bernardo Couto, Miguel Atristain, Luis G. Cuevas, y de Los Estados Unidos, el señor Nicolás P. Trist. México cedía 55% de su territorio, por un valor de seis punto ocho pesos el kilómetro cuadrado, y donde cada km2 tiene un millón de metros cuadrados. Lo siento, querido lector, pero no sé cómo escribir el valor por m2. La firma se realizó en la Villa de Guadalupe el 2 de febrero de 1848, pero, el 29 de enero sucedía algo inesperado, ignominioso, y oprobioso:
Muy temprano, alrededor de las siete de la mañana, se reunieron en casa de un tal doctor de apellido Hegewitz, todos los seguidores del ultra- masónico Valentín Gómez Farías (el no, por supuesto) con el alcalde del ayuntamiento de la ciudad, Francisco Suárez Iriarte, y… ¿Está sentado, querido lector? el general del ejército invasor, Winfield Scott Hancock. De ahí se dirigieron al hoy convento del Desierto de los Leones, para tener un encuentro.
La respetabilísima y bien documentada obra de don Vicente Riva Palacio, México A Través De Los Siglos, dice a la letra sobre este tema: El ayuntamiento de México, acerca de cuya elección ya hemos dicho algo, habíase convertido en fiel ejecutor de la voluntad del ejército americano, y aumentó su desprestigio ofreciendo al general Scott y su oficialidad un convite en el lugar llamado El Desierto, el 29 de enero. Este obsequio al enemigo hecho por aquella corporación ilegal, formada por individuos oscuros y desconocidos, y en mucha parte extranjeros, fue juzgado como un acto indebido y antipatriótico, y objeto de justa y acerba censura.
Lo que no detalla Riva Palacio, es… ¿Qué se dijo ahí?
Quedaron registradas algunas intervenciones, como la del alcalde Suárez, quien con su copa levantada en mano dijo: "Severas lecciones que se han dado a México”, pero según el historiador Zamacois, los liberales puros y abyectos, pedían la total anexión de México a Estados Unidos, no solamente lo negociado en el Tratado Guadalupe Hidalgo, y le ofrecieron a Scott… ¡La presidencia de México!
El historiador Óscar L Cisneros, relata que Scott respondió en ese inmortal "Brindis del Desierto”, diciendo con su copa en la mano: "Agradezco y declino el honor ofrecido, pero mis intenciones políticas son las de convertirme en candidato a la presidencia de mi país. También considero que la anexión de México a la Unión Americana no es conveniente, porque México con su gran mayoría de población india, sería una carreta con ruedas cuadradas, que obstaculizaría el desarrollo y progreso de los Estados Unidos de Norteamérica”.
Querido lector:
Alzo mi copa, y brindo con usted por haber logrado la victoria de haber llegado con su lectura hasta este punto, y saber que de ahora en adelante, comenzará con más facilidad a identificar a todos aquellos individuos oscuros, quienes al día de hoy siguen ofreciendo a México en bandeja de plata a: el enemigo extranjero, al crimen organizado, a los socios de la política palaciega, y al "trepador oficinista enfermo de soberbia" que deambula en nuestro Palacio Nacional.
¡Salud!
P.D.
Hoy le expuse cómo identificar a los verdaderos traidores del pasado… y del presente, pero más bien quise disertar sobre don Antonio, en un modesto homenaje de su aniversario luctuoso del pasado 21 de junio, y a quien espero haber reivindicado razonablemente; aunque le adelanto que lo hago a mayor profundidad y detalle en mi novela de: "La Diadema Real”.
Una más…
(*) Hartazgo de dar órdenes y de llevar a la patria cargada en el lomo. ¿Quién me ayuda a cargar la inmortalidad? ¿Quién nació para mandar en este país de agachados? Nadie alza la voz, nadie se hace responsable de nada, soy un halcón solitario que describe círculos en el aire, mientras sus polluelos esperan el alimento en el nido.
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
En esta novela de historia contra factual -Ucronía- el lector descubrirá en el tomo IV, un momento de la historia cuando los traidores del brindis del desierto deben comparecer ante la justicia. Si bien no sucedió, al menos usted lo disfrutará de una forma absolutamente catártica.
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