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Advertencia:
Si usted es hispanofóbico, debo sugerirle que siga en lo que estaba, pero, aprovechando que ya está leyendo este primer párrafo, también deseo invitarle a que me regale unos minutos de su valioso tiempo.
Y si es hispanófilo, entonces, usted y yo tenemos muchas tareas por realizar, por lo que, si revisa este ensayo y cuento, descubrirá algunos planteamientos de gran utilidad.
Entro en materia:
Para comprender nuestra “mexicanidad”, es imprescindible saber que la “hispanidad” es la que envuelve a la “mexicanidad”. No existe la mexicanidad sin la hispanidad. No hablamos mexicano. Más bien hablamos español, el castellano de Nebrija, con mexicanismos. No profesamos el culto a Huitzilopochtli, sino el catolicismo que nos heredaron los españoles. La virgen de Guadalupe vino de España, y se amalgamó con Tonantzin. México es guadalupano, de una virgen traída de España. México es España, y con una virtud que el imperio decidió que sucediera: México es la España mestiza, del mismo modo que España es la Roma árabe, castellana, aragonesa, leonesa, navarra y granadina, para no extenderme mucho.
Si usted, como yo, somos admiradores de la charrería, debo recordarle que esta tiene su origen en Salamanca, provincia de Castilla, y el principal promotor del traje charro, fue el emperador Maximiliano. Ahora no hay símbolo más mexicano que el traje charro, la charrería, y los charros cantores como Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, y Vicente Fernández. El ADN del charro mexicano, es hispano, de la misma forma como la emblemática música flamenca de España, su ADN es morisco.
La diferencia es que España se engrandeció durante 330 años, negociando fusiones, y América se achicó y empobreció en menos de quince años, logrando escisiones. Léase independencias.
Ahora bien, lo que nos ocupa es comprender que resulta más conveniente, si la fusión, o la escisión irracional, elegantemente llamada independencia.
En primer lugar, sentir orgullo por cualquier “independencia”, ya sea de México, Perú, Argentina, Venezuela, o Guinea Ecuatorial ―este último país es el mejor ejemplo― es encogernos, aislarnos, arrinconarnos voluntariamente, o mejor dicho en lenguaje de barrio, “apocarnos”. Es tanto como haber sido socios de una gran empresa transnacional, y ahora sentirse orgulloso de haberse “independizado” de dicha empresa (mal vendiendo las acciones) para convertirse en dueño de una tiendita, la cual, sus insumos quizás no dependan ni siquiera de aquella transnacional, sino de otra desconocida, más poderosa, y que se habría quedado por la mala con la mitad de aquella enorme y prestigiada empresa. Con este ejemplo, podemos comprobar las desventajas de una escisión.
Inicio este pequeño ensayo con un cuento insertado, para tratar de digerir los daños irreparables que nos trajeron las “independencias” que Bolívar inició, vendiendo su alma a los diablos británicos y masones, y por otro lado, Hidalgo e Iturbide, quienes con enfoques opuestos y muy diferentes, e invocando a Fernando VII para que viniera a reclamar el trono, el resultado fue igual de catastrófico.
Este cuento que habré de narrarle, querido lector, el cual con muy buen humor describe todo lo que se perdió con las dichosas “independencias”, es el que nos relata el viaje de un ruso siberiano ―de aquellos que no tenían noción de cómo era el mundo― y quien llegaba por vez primera a Montevideo.
Al arribar, una asistente intérprete que había contratado para todo su viaje, le ayudaba para instalarse en el hotel, y al cabo de una hora, este excéntrico turista en su propio idioma ruso, le preguntaba:
―Dígame, Isabel ¿qué idioma es el que hablan aquí?
―Español, señor Morozov…
―¡Ah! ―le respondió secamente.
―¿Y qué religión profesan?
―Son católicos.
―¡Ah! ―le volvió a responder fríamente.
Unos días después, habiendo pagado dos boletos de 150 euros, tomaba un ferry para cruzar a Buenos Aires, a una ridícula distancia de 200 km. idéntica a la que hay entre México y Querétaro. Al desembarcar en la capital argentina, y con una semana de ir afinando el oído, notó que el idioma que hablaban era muy parecido, por lo que nuevamente don Nikolái le preguntó a su intérprete:
―¿Qué idioma es el que hablan aquí, Isabel?
―Español, señor Morozov…
―¡Ah, qué extraño! ¿No me había dicho que viajaríamos a otro país? ―preguntó confundido.
―Así es, hemos llegado a la Argentina, antigua Audiencia del Río de la Plata.
―Vaya, vaya… estoy algo confundido ¿dos capitales de dos países tan cerca el uno del otro? y ¿qué religión profesan?
―Son católicos.
―¡Ah! ¿Igual que en el Uruguay? ―replicaba consternado.
―En efecto, señor Morozov.
Don Nikolái tenía medio año sabático que había destinado para viajar por Sudamérica. En su pueblo natal de Kislokan, la Internet no existía, pues debía viajar 90 km. a Yukta, para conectarse, así que prefirió realizar su viaje a la aventura, e ir descubriendo ciudad por ciudad como un auténtico explorador.
Isabel le sugirió ir de Buenos Aires a Santiago, capital de Chile, donde descubrió que siendo otro país más distante, y habiendo tenido que atravesar los Andes, hablaban este idioma tan ajeno a él, pero tan popular en países tan diversos. Ya no era tanta sorpresa descubrir que profesaban también el catolicismo. La ruta continuó rumbo a La Paz, Bolivia; de ahí a Cuzco, Machu Picchu, y Lima en Perú. Siguió a Guayaquil y Quito en Ecuador; Bogotá en Colombia, y al llegar a Caracas, en Venezuela, cansado de la letanía, le preguntaba lo de siempre:
―A ver, Isabel. Aunque escucho ciertas diferencias de pronunciación ¿me va a decir que también se llama español lo que hablan aquí?
―Así es, señor Morozov, es el mismo idioma español, y de una vez le adelanto que también profesan la religión católica.
―Usted me dijo que nació en Argentina ¿no es así?
―Ciertamente, señor Morozov. Soy Bonaerense.
―Pues va a tener que explicarme, Isabel ¿por qué hay tantos países que en una extensión casi como Rusia, hablan el mismo idioma y tienen la misma religión, cuando en Europa, cada vez que atravieso una frontera, tienen idiomas diferentes, y religiones tan diversas?
―La respuesta es muy simple, señor Morozov.
―Si es simple, entonces dígamela de una vez, Isabel.
―Porque unos cuantos loquitos como Bolívar, Santander, Páez, Sucre, y San Martín, decidieron contra la voluntad de muchos millones, que había que dejar de ser España. Esto era un solo país, don Nikolái. Un solo país muy poderoso, con la moneda de plata más codiciada del mundo, que era el Real de Ocho, también conocido como dólar español, mucho antes que los estadounidenses se robaran buena cantidad de la plata española, e inventaran su copia barata, la cual sin imaginación alguna, le llamaron dólar americano. Todo lo que ha visitado hasta hoy, era el Virreinato del Perú, parte integral del Reino de España. La ciudad de Lima siempre se negó a los experimentos independentistas de esos personajes. No éramos colonia, don Nikolái, éramos España. ¡Éramos españoles!
―¡Duraki! ¡Tupoy! ¡Idioti! ―vociferó a todo pulmón el siberiano en su propio idioma.
―Totalmente de acuerdo, eran algo más que loquitos, señor Morozov. ¿Aun así, desea continuar su viaje a Centroamérica y a México?
―Sigamos, pero con lo que me acaba de explicar, Isabel, ahora si me van a escuchar los centroamericanos y mexicanos, a través de la boca de usted.
Querido lector. La leyenda negra sobre el reino de España, fabricada silenciosa y siniestramente por el Reino Unido desde finales del siglo XVIII, ha logrado meter en el inconsciente colectivo del mundo entero, que los españoles destruyeron las civilizaciones de América, sin publicitar que ellos mandaban a sus muy nobles piratas, sir Walter Raleigh, sir Francis Drake y compinches, desde Jamaica y Londres para asaltar los galeones españoles que recolectaban estrictamente su “quinto real”, es decir el 20% del oro y plata, mientras el otro 80% se quedaba en América para fundar todas las ciudades que hoy conocemos, y quedaron como capitales de las viejas Audiencias desmembradas, ahora llamados elegantemente “países latinoamericanos”, y ni siquiera, hispanoamericanos. Muchas de estas ciudades son ahora, patrimonio de la humanidad.
Los piratas y corsarios ingleses, así llamados por tener una, “patente de corzo”, para asaltar y matar en ultramar, y ser los brazos disfrazados de la Compañía Británica de las Indias Orientales, fueron diezmando en forma muy importante la riqueza del reino de España, que mayoritariamente era en sí, la América española.
Por otro lado, más al norte, los hijos putativos de los ingleses, es decir, los “norteamericanos”, lograron consolidar su nación gracias a los españoles, muy especialmente me refiero a Bernardo de Gálvez, de quien, el famoso puerto naval tejano lleva su nombre: “Galveston”. Sin su brillante intervención en la batalla de Pensacola, y la conquista definitiva de la Florida, la historia la hubieran escrito los ingleses. La actual bandera de la Florida, es la cruz de Borgoña, símbolo de la hispanidad.
Me voy un poco más para atrás. María de Borgoña se casó con Maximiliano I de Habsburgo, y su primogénito, Felipe apodado "el Hermoso", quien se casó con Juana I de Castilla, mal llamada "la Loca", tercera hija de los reyes católicos, lo convirtió en Felipe I de Castilla. Felipe usaba la Cruz o Aspa de Borgoña (imagen del presente ensayo) en los uniformes y banderas de su guardia. Luego fue usado por su hijo, Carlos I de España, y V del Sacro Imperio Romano Germánico, hasta la fecha.
Actualmente, varias banderas americanas contienen la Cruz de Borgoña, y su implícito pasado español. Tal es el caso de la bandera de la ciudad de Valdivia en Chile; la del departamento de Chuquisaca en Bolivia; y además de la bandera de Florida, está la del estado de Alabama. También ondea en el castillo San Felipe del Morro, y el fuerte San Cristóbal en San Juan de Puerto Rico. Por último, esta cruz es la bandera del Regimiento de Infantería 1 “Patricios” del Ejército Argentino, desde 1807, y hasta nuestros días.
En lo personal, yo la tengo desplegada en mi biblioteca, al lado de nuestra bandera nacional.
Regresando al tema, 40 años después, en 1821, les entraría la amnesia a los neo ingleses ya instalados en América, y nos enviarían a su brillante Maquiavelo gringo, llamado Joel R. Poinsett, para envenenar lo poco bueno que quedaba de espíritu español, y del apenas recién fundado imperio mexicano, para venderles las teorías masónicas y dizque republicanas a Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, y al más oscuro y temible de todos ellos, Valentín Gómez Farías. Qué decir del agente doble, Miguel Santa María, quien a trasmano trabajaba para Bolívar en México, y haría todo lo posible para lograr el asesinato del recién ungido emperador Agustín I, pero solamente logró su derrocamiento.
No le sigo, para no extenderme más allá del propósito de este ensayo, pues solo deseo resumir brevemente las principales causas de la destrucción de la hispanidad, resultado de la leyenda negra, y que hoy nos haría un ente infinitamente más fuerte que la Unión Europea.
Ahora resulta que el presidente que logró mudarse a nuestro Palacio Nacional, para no tener que vivir en Copilco, tiene como enemigo mental al rey Felipe VI, exigiéndole un perdón que ya estuvo dado desde el Tratado Santa María Calatrava, en 1836. ¡Pridurok! ―ya se me pegó eso de insultar en ruso―.
No obstante, en mi ensayo llamado, Alamán-Bolívar-Amlo, donde le doy dos gramos de beneficio de la duda al ocupante de Palacio, habla de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, ―CELAC―, que eventualmente podría suplir a la O.E.A. y para ello me permito realizar un análisis más detallado, de alguno de sus párrafos del discurso del pasado 24 de julio del presente, en el castillo de Chapultepec.
Asombrosamente, desafió al vecino del norte, diciendo que:
Es inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones, para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia. Injerencias, sanciones, exclusiones, y bloqueos.
Por supuesto que se refería a Estados Unidos, quien, con la absoluta convicción de su “Destino Manifiesto” sigue convencido de que América pertenece a los americanos ―pero solo de aquellos que viven entre Canadá y México― pues los que habitan abajo del Río Bravo, quien sabe cómo se llamarán. Los tratados de Bucareli siguen vigentes ―gracias a Obregón― y más nos vale que no se nos ocurra instalar el tren bala de la Cedemequis a Querétaro, porque aquellos vecinos moverán sus hilos para evitar este avance tecnológico, como ya lo hicieron hace seis años.
Dijo también que:
Debemos construir algo semejante a la unión europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad, a nuestras identidades.
Ya lo decía yo anteriormente. No es que coincida con el tabasqueño. Es asunto de sentido común, pero en esto, el macuspano ejecuta malévolamente una trampa retórica, pues ojalá estuviera convencido honestamente con lo que dice, cuando en el fondo está promoviendo al Foro de Sao Paulo, que ahora se llama grupo Puebla, y que busca alcanzar una autocracia en cada palabra que sale de su boca. Hablar del CELAC, es un disfraz para promover a los Evos, los Maduros, los Fernández, los Ortegas, y ahora los Castillos. Esto aleja definitivamente, cualquier proyecto de una auténtica Comunidad de Naciones Hispanas, más, cuando el reniega de sus propias raíces españolas de Cantabria, y por el contrario, se cree un tlatoani construyendo copias baratas del templo mayor en la mitad del zócalo. Poco faltó para que le hiciera una ceremonia a Huitzilopochtli, y mandara traer a Calderón, para ofrecérselo en lo alto de la pirámide.
Dijo también: Mantengamos vivo el sueño de Bolívar.
El pudiente mantuano y esclavista venezolano, que por su enorme fortuna no habría tenido necesidad alguna de romper el orden que existía en el imperio español, prefirió embarcarse en una aventura revanchista contra la corona española, la cual le negó un título nobiliario, que por algún tema de sangre no era factible otorgarle. Esta fue su principal motivación, y muy lejos estaba la inspiración de ver un continente libre de españoles, sino más bien como el mismo propuso en su proyecto personal de constitución, la de convertirse en presidente vitalicio, por no atreverse a intentar lo natural de la época, que el mismo José de San Martín le sugirió, es decir, la de convertirse en emperador como lo hizo Iturbide, o en su caso, traer a un monarca europeo. Cabe aclarar, que tanto Iturbide como Bolívar fallaron, y dejaron preparado el terreno para el caos y la destrucción que los “liberales” o mejor dicho, los “libertinajeros” provocarían durante dos siglos sus constantes riñas y pugnas por el poder, pero, con el notable paréntesis de 34 años de don Porfirio. Esto no ha cambiado, y menos ahora con un presidente que convive en constante conflicto con seis expresidentes vivos, cada uno jalando sus hilos a su modo, y ni se diga con miles de candidatos que ya se ven despachando en Palacio.
Aclaro que, “El sueño de Bolívar”, es el poder absoluto y vitalicio, pase lo que pase, y destrúyase lo que se destruya. ¿Alguna duda de lo que estamos viviendo en México?
De nada servirá arrepentirse, como le sucedió al caraqueño en sus últimos momentos, cuando tuvo que confesar poco antes de expirar, diciendo: ¡Aré en el agua! En eso terminaron 20 años de recorrer decenas de miles de kilómetros; cruzar “heroicamente” Los Andes; que muriera una cantidad inimaginable de sudamericanos persiguiendo y asesinando españoles, y que el saldo final fuera haber dejado una Sudamérica destruida y balcanizada, colgada del recuerdo de un imperio que dominaba el comercio mundial, y endeudada hasta las chanclas con préstamos impagables a la corona británica. ¡Un aplauso a los “independentistas” sudamericanos!
Quienes habían logrado su cometido cabal y plenamente, fueron los británicos. Habían materializado su sueño de siglos, de ver destruido a su enemigo histórico que fue el reino de España, con la cándida e incondicional ayuda del venezolano y sus “generales”. En México sucedía lo propio con vendepatrias como Gómez Farías, Santa María, y por simple e ignorante ansia de poder, de Vicente Guerrero, quienes fueron seducidos hipnóticamente por Poinsett. El peor de todos fue Lorenzo de Zavala, quien se convertiría en el más brillante alumno del masón gringo, disfrazado de embajador, quien años después entregaría Tejas, y por ende, allanaría el camino para perder la mitad de México. Si Tejas se independizó, no fue para quedarse como una república “independiente”, sino porque ya tenía negociada su fusión con los Estados Unidos.
Querido lector. Haga el experimento en la calle y pregunte al primero que pase, si sabe quién fue Lorenzo de Zavala, y lo que le hizo a México. Por favor, le ruego que deje de pensar que todos los males de la Nueva España se deben a Santa Anna, pues en breve lo invitaré a un seminario para hablar del “Chivo Expiatorio Nacional”, y donde usaremos el nuevo verbo: “Zavalear”, con el perdón correspondiente y anticipado a quienes tengan este apellido.
Para concluir ―por ahora― pues la hispanidad no es tema que tenga final, veremos qué pasó al final del viaje de Nikolái, quien después de Centroamérica y México, todavía viajó a Cuba, República Dominicana, y finalmente a Puerto Rico.
―Usted dirá, señor Morozov ¿Piensa seguir su viaje a otros lugares?
―Tengo tiempo de sobra, y ahora se me antoja irme de safari a África, ¿Me acompaña, Isabel? ¿Habla otros idiomas?
―Únicamente el ruso, inglés y francés, pero con gusto lo acompaño a un país que lo va a sorprender. Ahí lo presentaré con una colega de toda mi confianza, para que lo guíe por el resto del continente, y yo me regreso a Buenos Aires.
―¿Es una sorpresa, acaso?
―Algo así… señor Morozov.
Tres días después, Isabel y su cliente, aterrizaban en el aeropuerto internacional de Malabo, capital de Guinea Ecuatorial. Don Nikolái bajaba las escalerillas del avión, y observó un gran letrero arriba de la puerta principal del edificio que decía: AEROPUERTO DE MALABO, y pensó que era una broma que el letrero estuviera en el idioma de Antonio de Nebrija. Evidentemente el siberiano volteó a ver a Isabel, y le dijo entre confundido e irónico...
―¡La felicito, Isabel!
―No lo entiendo, señor Morozov ¿Cómo que me felicita?
―Debo agradecerle que haya mandado poner este letrero, ahora que comienzo a leer un poco el español, después de casi seis meses de viaje por América, pero no era para que se hubiere tomado la molestia.
―¡Yo no hice nada don Nikolái!
―Ahora soy yo quien no la entiende, Isabel.
―Pues de una vez le explico, señor Morozov. Guinea Ecuatorial es la antigua Guinea Española. Su idioma oficial es el español, lo que explica el letrero, y el 80% de la población profesa la religión católica. La ONU presionó al Reino de España en la década de los sesenta, para permitirle su independencia, la cual se dio el 12 de octubre de 1968, en contra de la voluntad de la mayoría de la gente. Es gobernada desde 1979 por el dictador Teodoro Obiang Nguema Mbasogo quien derrocó a su tío Francisco Macías Nguema, y es el país con el producto interno bruto más alto de África, pero con la mayor pobreza. Es uno de los mayores productores de petróleo del África subsahariana. Apenas son 28,000 km2, y aún estamos en la isla, sin haber tocado tierra firme de este convulsionado país. Hoy día, está teniendo una fuerte invasión y ocupación china y norcoreana, por facilidades del dictador Nguema. Actualmente, el mayor opositor vive en el exilio en España, y su nombre es Severo Moto Nsá, quien sigue en pie de lucha para recuperar su país de la dictadura, además que promueve la reunificación al Reino de España, quien, infortunadamente, se mantiene en silencio sobre el tema. Don Severo, es el personaje vivo más activo en el mundo, quien, junto con el historiador, don Patricio Lons en Argentina, promueven incansablemente la reunificación de la hispanidad.
―Pues ahora, creo que ya aprendí la lección que me ha dado, Isabel. Por cierto, no se lo había dicho antes, pero, ¡suena muy bonito su nombre!
―¡Gracias don Nikolái! Al bautizarme, mi padres se inspiraron en la reina de Castilla, en la reina la católica, es decir, en la reina Isabel.
Continuará…
Posdata:
Si bien, lo de don Nikolái es un cuento, lo de Guinea Ecuatorial no es ningún cuento.
Moraleja:
Si usted es hispanofóbico, y logró leer hasta aquí, por favor medite si va a seguir, “Zavaleando”.
Si usted es hispanófilo, está claro que deberemos ayudar a don Severo, y ponernos más “Severos”, para trabajar en la reunificación de la HISPANIDAD.
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
Si el Reino de España no hubiese firmado en 1836 el Tratado Santa María - Calatrava, Polk no se hubiera atrevido en 1846 a declararle la guerra a México, porque se la habría declarado a España, y la historia hubiese sido otra. Como sea, el desenlace "contrafactual" de mi novela, le dejará buen sabor de boca, y le mostrará que si hay soluciones a los grandes problemas.
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