Ni una sola razón expusieron que pudiese servir jamás de prueba a este cargo, ¡ni cómo probársele al que por dos veces se excusó a admitir la corona que se le ofrecía, al que no conoció rival en la opinión ni fuerza, no sólo procuró conservar el poder ilimitado que obtenía, sino que lo desmembró dividiéndole y cediéndole? Cuando entré en México, mi voluntad era ley, yo mandaba la fuerza pública, los tribunales no tenían más facultades que las que emanaban de mi autoridad. ¿Pude ser más absoluto? ¿Y quién me obligó a dividir los poderes? Yo, y solo yo porque así lo consideré justo. Entonces no quise ser absoluto, ¿y lo desearía después?, ¿cómo podrán probar variaciones a extremos tan contrarios?
Agustín de Iturbide
Liorna, 27 de septiembre de 1823 (escrito en su exilio)
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