Iniciaste sesión como:
filler@godaddy.com
Iniciaste sesión como:
filler@godaddy.com
―¿Quién falta?
―Ya estamos todos, pero… ¡ah! el bronquero del Alex no ha llegado, con eso de que anda persiguiendo a todos los que le caen mal.
―Pos ya empezamos ¿sale? voy mano.
―Siempre es lo mismo contigo, Andi, mejor echamos un volado o unos disparejos.
―Ni máis paloma. Digo… Beti. Yo los invité a todos ustedes desde hace tiempo, y por eso voy mano. Punto.
―Me cae que te pasas; y además, el otro día vi como te quedaste con las agüitas de Arturo, y nunca volvió con nosotros.
―Mira Marcelo. Te he aguantado muchas, pero si vas a seguirme criticando, de una vez estás chiras pelas.
―No te voy a dar gusto hoy ¡méndigo! pero igual y la otra semana me jalo con el otro grupo que juega más limpio.
―¡Méndiga tu jefa! ¡A ver Cresen! Rómpele el hocico a este güey.
―¿Yo por qué? ¡Pártesela tú!
―Ya cálmense todos. Si no van a jugar, díganme y vengo la semana que entra, si no es que hasta me voy con Marcelito al otro grupo.
―Tu siempre tan digno y controlado, Ricardito.
―Pos así debe de ser, Andresito. No que tú, siempre andas mandando a todos al carajo.
―Igual y ya te volviste conservador, pero, tú no ¿verdad Clau?
―¿Cómo crees? Aunque supongo que ya les dijiste a todos…
―¿Decirnos qué? ―replicó Marcelito.
―Pos que pa’ la siguiente temporada, saca mano Clau.
―¡No manches! mugre Andi.
―¡Lo siento, mi amor!
―¿Mi amor? ¡Sácate! ¿Pos que tiene Clau, que no tengo yo? ―reclamó Beti.
―Nada personal. Tu tranquila, pos bien sabes que conozco a Clau mucho antes que a ti, y tenemos pendientes unos asuntillos de lana. No hay de que preocuparse.
―¿No ya habíamos platicado de eso? Es a mí a quien le toca sacar mano. Ve como en el pueblo de Jergantina hace tiempo que sacaron mano la Evita y la Cristina. O me respetas, o te buscas otra chava.
―¡Chale güeyes! ¿vamos a jugar canicas, o a seguir haciéndola de tos? ―dijo Pío.
―Ora pues, coloquen sus cuicas, y vamos a contarlas para que nadie se pase de lanza. ―aceptó Andi.
―Sólo tú te pasas. Veo disparejo el piso. ¿alguien vino aquí en la semana? ―alegó Marcelito.
―¡Otra vez la burra al trigo! ¡Tú y tus figuraciones!
―¡Burra la hora en que acepté ayudarte con los del barrio del norte! Tu siempre pagas con traición. Así te gane hoy, jamás lo vas a aceptar, por lo que no voy a perder mi tiempo. Por cierto, ahí viene tu lamebotas Alex. Juega con él, porque yo me voy ahorita mismo. ¿Vienes Ric?
―¡Adelántate, Marce! Yo te alcanzo más tarde, y platicamos ya calmados.
Mientras tanto, en el otro extremo del mismo llano, y a una distancia que no podían distinguir con claridad, otro grupo llegaba para acomodarse y comenzar su juego sabatino de canicas, y al tiempo se acercaba Marcelito con ellos, razón por la cual Donaldo le preguntó:
―¿Qué onda huerco? ¡Tú no eres de aquí!
―Pos nada, que ya me salí del otro grupo, y quería ver si me aceptan en el suyo.
―¡Úuta! si vienes de allá, ni máis. Su fama de transas ya cundió por todo el pueblo, así que… ¡ahí te ves! Aquí jugamos pa’ divertirnos, nadie es chueco, y menos tenemos necesidad de hacer jaladas para sacar mano siempre. Cada juego echamos volados o disparejos, y todos hemos sacado mano alguna vez. Nadie trae cuicas más grandes o pesadas que anden cascando las canicas de otros. ¿Me captas?
―No les conviene pelearse conmigo, porque tengo aliados en varios pueblos.
―¿Nos estás amenazando? Peor tantito… mejor ¡lárgate ya! ―añadió Samuel.
Y entonces el Marcelito ―con la cola entre el rabo― tuvo que caminar para buscarse otro grupo.
―¡Se ve que anda encabritado el huerco! Como lo veo, va’cabar como cabrito, pero ¡Al horno!―exclamó Donaldo.
―Tan bien locos esos huercos del grupo del Andi, que se siente el rey de todos los grupos… ¡Mira! Ahí viene el bronquero del Alex con una chava. ¡A ver ahora que va a inventar! ¿Qué onda mi Alex? ―preguntó Samuel
―No soy tu Alex, Sami, y me manda Andi a decirles que Olga se queda en su grupo.
―¿Así nada más? ―volvía a preguntar el incrédulo Samuel.
―Sin más, ni más ¿alguna duda?
―¿Y sí no? ―increpó indignado Donaldo.
―Ustedes deciden si quieren quedarse sin su pedazo de llano, en lo que Cresen vendría a convencerlos. Además, sabemos dónde viven todos ustedes ¿Alguna otra duda?
―No, de momento, pásale, Olga. -intervino Samuel, quien pensaba que era mejor llevar la fiesta en paz con Andi.
―¡Ah! y además, ella va a sacar mano toda la temporada con sus propias canicas.
Todos los del grupo Novoleón se quedaron mudos y atónitos viéndose entre sí, y, resignados, comenzó el juego. Pasadas un par de horas, la tal Olga había arrasado, pues sacando mano, con franca experiencia, y que decir con canicas más grandes y pesadas, nadie tuvo oportunidad de hacerle frente. Ella sabía como poner las nuevas reglas en grupos identificados como “conservadores” de reglas viejas y aburridas. De todas las canicas que había perdido en este grupo, la tal Olga conservaba algunas, y entregaba religiosamente el resto de “cuicas” al grupo “del centro”. Los huercos habían quedado “Chiras Pelas” ―por el momento―.
Ric había dejado solo a Marcelito. Mientras tanto, en el pueblo de Querenda, donde el actual jefe del grupo era Mauricio, le decía a todos.
―¿Cómo ven? ¿Se enteraron de lo que pasó con el grupo Novoleón?
―Pues sí, ya me llamó Donaldo para platicarme toda la jalada que les hizo Olga y el Alex, por órdenes del Andi. ―respondió Pancho.
―Pero tu ya te andabas entendiendo con él, en el juego pasado.
―Ya sé, Mau, pero a veces te agarran por donde menos te lo esperas. Ya vez la bronca de lana que tuve con un asistente donde me ventanearon en todos los pueblos, hasta que tuve que doblar los brazos. Ese güey me traicionó con una lana, que ve tu a saber de dónde la sacó, y yo salí pagando los platos rotos. La pandilla del Andi, existe y crece, gracias a la extorsión.
―¿Y tu Pepe? ¿Qué pasó con Kike? -le inquirió Pancho.
―Yo con él, de lujo. Siempre la llevamos excelente, pero con el tema de la casita de color blanco que tenía su palomita, le armaron la de San Quintín, y se le vino el mundo encima. Yo me tuve que desaparecer un rato, para que no me embarraran con sus enredos.
Entretanto, Marcelito, caminaba de un lado a otro sin encontrar un grupo que lo aceptara, y aunque no era bronquero, la realidad es que siempre estuvo pegado en la pandilla de Andi, por lo que ningún grupo quería saber nada de él.
El juego de canicas era la actividad que más interés despertaba en los chamacos durante los últimos doscientos años, pues durante las finales de los campeonatos, se decidía quien era el líder de cada grupo o pandilla. Unos habían decidido que en cada juego sacaba mano el que ganaba el volado, los disparejos, y en algunos casos más sorprendentes, hasta votaban limpiamente con papelitos doblados depositándolos en la gorra de alguno de ellos, conteniendo el nombre de quien pensaban que debía ser el que abriera, dirigiera y arbitrara el juego.
En cada llano, cada grupo tomaba sus propias decisiones, pero la pandilla del Andi, quería controlar a todos los grupos para acumular una cantidad impresionante de canicas, y además les pagaba a sus mandaderos con las que recaudaba, para intimidar a todos los pueblos que iba alcanzando. Cada que podía, mandaba nuevas reglas de juego, como inclinar el piso, hacer más grande el hoyo para que a la primera cayera la canica de quien sacaba mano, y hasta llegó a imponer la regla de que si el que sacaba primero, metía la cuica, ahí terminaba el juego, y todos debían pagar con el tipo de canicas que decidiera el líder impuesto por él.
Llegó el día en que los huercos se cansaron de tanto abuso, y en una reunión que tuvieron en la casa de Samuelito, quien realmente lideraba el grupo, platicaban muy molestos:
―No sé ustedes, pero ya estoy hasta el gorro del méndigo Andi, que cobardemente nos manda a una chava para robarnos nuestras canicas, y cada día tenemos menos cuicas, y además, están más caras. Al rato vamos a tener que jugar con piedritas del río. ¿Qué hacemos?
―¡Cortarles la mano! ―replicó El Tosco.
―Ganas no me faltan, pero eso es prehistórico. ―contestó Donaldo.
―Ya lo hemos platicado, Donaldo.
―¿A qué te refieres, Sam?
―¿Cómo que de qué?
―¡No manches! ¡órale! ya sé qué insinúas, pero la memoria de mi jefe y de mi jefa, son sagrados.
―Ya sé… ya sé… Luis, y lo hemos discutido un friego de veces, pero esos méndigos huercos nunca van a entender por la buenas, y la palabra honor no la conocen. Sólo saben de traición.
―Pero la gente que parece mala, creo que en el fondo es buena. ―acotaba Donaldo.
―Me gusta mucho tu forma de pensar, pero no veo como salir de la bronca. Insisto que hay que ver como cortarles la mano. Checa… Al poco tiempo que Sam le tocó dirigir, resulta que nos tomaron la medida, y ahora tenemos a la méndiga ésta, que cada sábado se queda con nuestras cuicas, y hasta se da el lujo de escoger los tréboles, ópalos, y ágatas. Creo que ya ni sabemos como son, pos ahora apenas jugamos con tiritos.
Donaldo escuchaba, pensaba y meditaba, hasta que de repente ¡se le prendió el foco!
―¡Ya sé! ¡ya sé! ¡ya sé! ―exclamó entusiasmado.
―¿Ya sabes qué, Luis?
―Se nos estaba olvidando un pequeño gran detalle.
―Ya pues… escúpele… ―le reclamaba El Tosco.
―Chequen… los tréboles, ópalos y ágatas, siempre han sido las cuicas más valiosas y chidas, pero no las más efectivas. Estos güeyes que manda el Andi, siempre ganan con sus canicas grandotas y chonchas como toninas, bombochas, y macalotas, pero creo que jamás han jugado con tiritos como los que ahora nos quedan.
―Y así siempre perderemos.
―Te equivocas Sam. La regla que no han cambiado, y no se atreverían a hacerlo, es que si alguien rompe de un tiro la canica que esté en el hoyo, aunque haya sacado mano, entonces perdería en automático.
―Si como no, Luis. Ya te veo haciendo saltar en pedazos la toninas que siempre trae la Olga.
―A eso me refiero. Es perfectamente posible.
―No te entiendo, y de una vez explícanos que andas rumiando, Luis.
―Mira, Tosco. Tu nada más piensas en cortar manos, pero jamás pensaste en cortar la maldad que tienen esos desgraciados. Tu ánimo de venganza no disminuye, y eso te ciega. A todos nos duele como dañaron y mataron a trasmano a uno de tu familia, y eso no te deja pensar. No debo recordarte que estoy en la misma situación, pero voy al punto. Vamos a ganarles con nuestros tiritos.
―Tosco no entiende, y yo tampoco. ―exigía Samuel.
―Miren. El tirito, es la canica más dura que hay, y un buen tiro ―por eso se llama así― es capaz de hacer saltar en pedazos a cualquier otra cuica.
―¿Y quien podrá tener esa destreza?
―Todos, Sam. Todos. Creo que debemos practicar a escondidas todos juntos, para que sea quien sea, que le toque su turno, sea capaz de volar en mil pedazos la tonina de Olga. Creo que en una o dos semanas de práctica diaria, podríamos lograrlo. ¿Qué dicen? ¿Le atoran, huercos?
―Voy. ―dijo muy firme El Tosco.
―Sabes que vamos juntos en todo, Luis.
―Y ojo. Los nombres de mi padre y madre, no se mencionarán jamás; bajo ninguna circunstancia. Me queda claro que mi apellido es sobradamente popular, y lo es, desafortunadamente, resultado de la más asquerosa maniobra que se haya hecho en este país. Si hemos de ganar la siguiente temporada, será por la buena, sin traiciones, y a la vista de todos. Jugaremos con el piso parejo, y aún con el tamaño de hoyo y reglas que han impuesto por la fuerza esos méndigos. Cuando ganemos, ellos van a huir solitos, y nadie los volverá a ver. Como ves Tosco, no habrá que cortar manos, pero si deberemos practicar para pegar con puntería, y dejarlos sin canicas. Otros grupos, y hasta pandillas, querrán saber como es que vamos ganando, y ya se nos irán uniendo por convencimiento de que se puede ganar a la buena. ¿Cómo ven?
―¡Me encanta! ―exclamó El Tosco.
―¿De verás quieres ganar, Luis? ¡Nunca te había visto tan decidido! ―cerró Samuel.
―¡Quiero ganar, Sam! Quiero ganar, porque ahora veo que esto ha dejado de ser un simple juego de canicas. Es tiempo de dejar a toda esa pandilla… ¡Chiras Pelas!
¿CONTINUARÁ?
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
Una de las estrategias que intuyó Mairena, como futura emperatriz, fue la de crear su guardia real. Uno a uno los fue reclutando de la manera más insospechada, y pagándoles un sueldo tal, que habrían de dejar de preocuparse para siempre. No era soborno, sino un sueldo sobradamente holgado. Los entrenadores de este nuevo ejército real, eran dos maestros japoneses. El honor, la lealtad, y la velocidad de respuesta eran sus principales virtudes.
Usamos cookies para analizar el tráfico del sitio web y optimizar tu experiencia en el sitio. Al aceptar nuestro uso de cookies, tus datos se agruparán con los datos de todos los demás usuarios.