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Hace apenas unas horas partiste a un lugar desconocido, el cual unos dicen que es en otro plano o dimensión; otros aseguran que es con Dios en algo que le llaman paraíso, y me pregunto... ¿Quién lo sabe? Nadie, pero algo es cierto, y es que de ayer a hoy, mami, inexplicablemente te siento más cerca.
Hace dos meses exactamente, igual que ayer, un día 29, presentaba mi libro más reciente donde mi primer agradecimiento en la primera página dice: “Gracias a mis padres Gisele y Roberto por darme la vida”, y paradójicamente, El Dador de Vida decidió hace algunas horas terminar con el préstamo que te había hecho hace casi 92 años que cumplirías este próximo domingo, mientras tus cinco hijos, siete nietos y cuatro nueras, nos quedamos mudos y sin comprender lo que sucedía.
Es por ello por lo que ahora, mi única salida posible para intentar asimilar lo incomprensible, es utilizar el legado al que mi padre me empujó de forma definitiva hace siete años, y es seguir escribiendo.
Mi padre, al sobrevivirle a mi madre, se enfrentará a un reto gigantesco a sus más de 94 años, ya con algunas muestras de ese implacable enemigo presente, el tal heimer.
Entonces escribo, para aligerar eso que le llaman duelo, y vaya que duele, pues entre ayer y hoy está el encuentro, la pugna y combate de todos los sentimientos, tanto buenos, regulares y malos en toda su intensidad, pues si dijera que toda su vida fue color de rosa, ni en la novela más barata sería creíble.
Hay recuerdos no solamente hermosos, sino que dejaron la huella más profunda imaginable, al grado de haber conformado la personalidad de cada unos de los cinco hijos. Hay otros que no solamente quisiéramos borrar y desear que jamás hubiesen sucedido, pero ahí quedan, y por ambos he llorado de ayer a hoy.
Por primera vez en muchísimos años, descubrí que sé llorar, pues Emma siempre me cuestiona con justa razón cuando vemos una película triste, que por qué no lloro, y jamás le he podido dar una respuesta sensata. Ciertamente debo ser un sujeto poco agradable en ese aspecto, pues si Cortés, Díaz o Villa, lloraron, y yo no lo había hecho, debe ser por alguna razón que rebasa lo ridículo. Hecha la anterior confesión y “desahogado” el punto, paso a lo que sigue, no sin antes completar que me aseguré de llorar sin que nadie me viera… ¡Más ridículo todavía! pero así las cosas.
Regreso a un tema que de ayer a hoy he meditado intensamente, y es intentar descifrar ¿a dónde se fueron todos los pensamientos, conocimientos, sentimientos, experiencias, voces, miradas y abrazos de una persona, al minuto siguiente de que le ocurre eso que llamamos “morir”?
¿Acaso se van al ataúd y ahí se termina todo? O peor aún… ¿se quedan revueltos entre las cenizas atrapadas en una pequeña urna con forma de copa?
Claro está que, si intento explicarlo bajo el cobijo de cualquier religión es más sencillo, pues más de uno a estas alturas ya debe de estar desenvainando su pregunta: ¿acaso no eres un hombre de fe? Y pues dejo mi respuesta dentro del resto de la presente reflexión.
Muchos me dirán que toda la lista que detallé hace tres párrafos, se quedan en el corazón, y esa es una razonable y muy buena explicación, al alcance de más de una persona que como yo, intenta encontrar respuestas donde no las hay.
Cuando una persona “vive”, sabemos que está al alcance de una visita, llamada, o peor aún, de un mensaje o correo electrónico. Sin embargo, cuando muere, sabes que ya no podrás preguntarle nada, tampoco platicarle cosa alguna, y por lo mismo, verla, escucharla, o abrazarla. Simplemente ya no está. No es que esté escondida o perdida, sino que, insisto… ¡ya no está! Dejó de existir, y hasta que no te sucede en carne propia, no lo entiendes. Lo explico de otra forma: El Dador de Vida me hizo entrega ayer de un título del cual prometo que ni había estudiado la materia, tampoco hice examen profesional alguno para merecerlo, pero simplemente me lo entregó, y dice así:
En la Ciudad de San Juan del Río, Querétaro, siendo las 13:30 hrs del día 29 de noviembre del año 2022, se le otorga a Claudio Márquez Passy, hijo mayor de la señora Gisele Louise Passy Adjiman, el título de: “HUÉRFANO”.
Vaya ocurrencia del “Inventor de sí mismo”, quien sin lugar a duda te titula sin previo examen, y en ello está la grandeza de este mundo al saber que te crees dueño de todo, cuando no lo eres ni del respiro del minuto que sigue.
Y dije huérfano, aunque muchas veces se asocie este “título” a la edad del individuo, y que tuviera que ser menor de edad. Ya que importa, y como creo que no había otro disponible, la orfandad es cuando ya no tienes a tu madre, a tu padre, o ambos, y con quien puedas irles a pedir el dizque consejo que siempre buscabas en ellos, aunque muy pocas veces les hicieras caso, y ello sin importar si tienes 20 años o 68 como yo. Creo que ahora me siento menor de edad.
Es por lo anterior que ahora, como nuevo huérfano que soy, buscaré ese consejo en aquellas palabras, mis recuerdos con ella, su sonrisa, su voz, y fotografías que por extraña razón estarán más vivas en mi mente y corazón, que cuando ella vivía hasta el día de ayer.
Mi madre quien nació en París, tuvo una vida por demás complicada y errante. Estudió un año en Inglaterra y tuvo que padecer la invasión de los nazis en Francia, habiendo tenido que refugiarse al sur en un pequeño castillo, donde algún día los alemanes lograron entrar, pero sin que pasara de un susto imborrable para toda su vida. Emigraron a México en 1952, pero mi abuela Zelda, esposa de mi abuelo Albert, murió en el trayecto. Mi madre llegó huérfana a México, y se casó en el ´53 con mi padre Roberto, y yo nací en el ´54, primero de una colección de 5 hombres. Se desquitó con 6 nietas, más un solo nieto. En 1986 migraron a Canadá, donde ayer vio la luz terrenal por última vez, pero pudo enterarse que sería bisabuela el próximo enero. ¿Por qué no pudo rebasar la fecha de su cumpleaños y conocer a su primer bisnieto? Ya metí mi reclamación al buzón de quejas, pero seguramente me quedaré sin respuesta.
Como sea, me quedo con estas bellísimas imágenes donde estamos mi mamá y yo, las cuales me reconfortan, y me hacen sentir un huérfano afortunado, por haber tenido a una señorona como mi madre, quien cautivaba a quien conocía por su personalidad y su imperdible acento francés, aún después de tantos años.
Así pues, si ya me había hecho la pregunta anteriormente, he aquí una posible respuesta: Nada se perdió de la gran mujer que fue mi mami, pues sus pensamientos, conocimientos, sentimientos, experiencias, voces, miradas y abrazos, los repartió entre toda la gente que la rodeamos en su vida, y ahora, todos hemos sumado a nuestras personas alguna pequeña o gran parte de ella, quien además, ya está en cada flor que nos regala su presencia.
Alegraos con las flores que embriagan,
Las que están en nuestras manos.
Que sean puestos ya
Los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia,
Fragantes flores,
Abren ya sus corolas.
Por allí anda el ave,
Parlotea y canta,
Viene a conocer la casa de Dios.
Sólo con nuestros cantos
Perece vuestra tristeza.
Oh, señores, con esto,
Vuestro disgusto se disipa.
Las inventa el Dador de la vida,
Las ha hecho descender
El inventor de sí mismo,
Flores placenteras,
Con ellas vuestro disgusto se disipa.
Nezahualcóyotl. 1402-1472. Rey y poeta texcocano.
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
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