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Querido lector:
Este pequeño ensayo es complemento y conclusión sobre mi intervención en los cuatro programas sobre el bicentenario de la llamada Consumación de la Independencia, que fueron transmitidos por Radio Universidad Autónoma de Querétaro, en el programa “Ecos de la Antigüedad” los días 25 de septiembre, 2, 9 y 16 de octubre, y que amablemente me invitó a participar su conductor y productor, don Raúl Rodríguez Lucio, a sugerencia del maestro René Platiní Godínez Castro, y a quienes agradezco profundamente su amable deferencia hacia un servidor.
Mi propósito es analizar, los cuatro documentos que forman parte de esta etapa de nuestra historia, a la luz de lo que en el fondo son, es decir, un contrato. El Plan de Iguala, El Tratado de Córdoba, El acta de Independencia y el Tratado Santa María Calatrava, que son en su conjunto contratos de carácter social, y donde hay partes firmantes.
Quiero aclarar que un principio que rige desde siempre a un contrato, es que vale por su contenido e intención, no por su enunciado o título del mismo, y debe estar firmado por las partes afectadas o beneficiadas que originan dicho documento. En otras palabras, si se buscaba la independencia de España, solo dos de los cuatro cumplen el requisito por haber sido firmado por los actores, de los cuales, uno de ellos estuvo viciado de nulidad.
Entro en materia:
A doscientos años de haberse firmado el Acta de Independencia, me atrapa una pregunta que parece fútil, y es saber si se trató del inicio, o de la consumación de este proceso, y que en cualquier caso se rompería la relación con el reino de España para siempre.
¡Qué más da! Lo que hubiere iniciado con Hidalgo y Allende de forma caótica y sin estrategia alguna, terminó con Iturbide de forma negociada y con un plan que se antojaba perfecto. Siendo así, el 28 de septiembre, fue entonces la consumación de la Independencia, pero me reservo una mejor fecha para llamarle de este modo, la cual mencionaré más adelante.
Sin embargo, y muy a diferencia de lo ocurrido en Sudamérica con Bolívar, quien estaba decidido a pasar por las armas a cuanto español se le cruzara por el camino, o en el mejor de los casos, darles la oportunidad de salir del continente antes de que eso ocurriera, en la Nueva España todavía existía la esperanza de que Fernando VII viniera a reclamar su trono, mudando su capital de Madrid a la Ciudad de México. Así lo decía el Plan de Independencia de la América Septentrional, mejor conocido como Plan de Iguala. Viéndolo de este modo, ese día 28 de septiembre de 1821, dudo que siquiera pudiéramos llamarle independencia, si se esperaba la llegada del rey de España.
No obstante, el documento que se firmó, claramente decía “Acta de Independencia del Imperio Mexicano”.
En mi crítica opinión, como muchas veces no puedo evitar hacerlo, mi primera duda es saber ¿Cuándo se habría fundado el Imperio Mexicano, para poder independizarse del Reino de España? Si fuera el caso de que ya existiera previamente el susodicho Imperio Mexicano, entonces habrá que aclarar que fue lo ocurrido el 28 de septiembre.
La visión preclara de Agustín de Iturbide, y sobre todo, sus años sabáticos entre 1816 y 1820, seguramente le llevaron a buscar la forma de “desatar el nudo sin romperlo”, en un proceso diseñado en varias etapas.
Indudablemente, el momento donde arranca formalmente la solución y consolidación de diez años y medio de revolución, destrucción, rendición, incertidumbre, indultos, y finalmente una primera declaración de que la América Septentrional ―entiéndase México― habría de emanciparse de 300 años de ser la España Americana, es con el Plan de Iguala, donde a la letra dice en su segundo artículo: Absoluta independencia de este reino. Siendo así, ese 24 de febrero de 1821, fecha que se promulga dicho plan con una publicidad en todo el territorio de la Nueva España, podría considerarse el inicio del proceso formal de la Independencia, aunque ese día, España ni enterada estaba. Fue un contrato firmado por una sola de las partes, o más bien dicho en términos jurídicos, una declaración unilateral de voluntad. No era un contrato.
Llega el día 24 de Agosto del mismo año, y en la Villa de Córdoba en Veracruz, ya estaban sentados y discutiendo el que podría considerarse último y efímero virrey de la Nueva España, Juan José Rafael Teodomiro de O'Donojú y O'Ryan, mejor conocido a secas como don Juan de O´Donojú, ―aceptando sin conceder la legal representatividad y facultades que pudiere tener conferidas por el rey Fernando VII― quien, junto con Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, firmarían un tratado que llevaba el nombre del lugar donde se celebraba. Por cierto, este virrey, ahora Jefe Político Superior de la Nueva España, habría sido escoltado personalmente por el coronel Antonio López de Santa Anna, desde el puerto de Veracruz, hasta Córdoba.
En dicho Tratado, lo más interesante es lo concerniente a su primer artículo que reza: Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo “Imperio Mexicano”.
Por lo anterior, el 24 de Agosto nace el Imperio Mexicano, y está listo para Independizarse del Imperio Español. A primera vista habrían firmado las dos partes involucradas. Parecía un contrato con plena validez, existencia y solemnidad.
De todos modos, hay algo que en derecho se conoce como condición suspensiva, y como el tratado de Córdoba está redactado en tiempo futuro, faltará que se cumpla un evento que contempla el artículo 17 para que entonces surta efecto pleno, el cual dice así: Siendo un obstáculo a la realización de este tratado la ocupación de la capital por las tropas de la península, se hace indispensable vencerlo; pero como el primer jefe del ejército imperial, uniendo sus sentimientos a los de la nación mexicana, desea no conseguirlo con la fuerza, para lo que le sobran recursos, sin embargo del valor y constancia de dichas tropas peninsulares, por falta de medios y arbitrios para sostenerse contra el sistema adoptado por la nación entera, don Juan de O’Donojú se ofrece a emplear su autoridad, para que dichas tropas verifiquen su salida sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.
Para entonces, no estaba del todo resuelto la “posesión” de la capital, lo cual ocurre hasta el día 27 de septiembre con la entrada del Ejército Trigarante. Es entonces que la condición suspensiva se cumple, y por consiguiente nace formalmente “El Imperio Mexicano”. Además, si nos vamos a la letra del Tratado de Córdoba, ya nace soberana e independiente.
Entonces, con la simple firma de la autoridad española, es decir, la de O´Donojú, más la de Iturbide, el día 27 se habría consolidado la Independencia del Imperio Mexicano, por lo que el acta firmada al día siguiente, saldría sobrando.
Hasta aquí, todo parece estar resuelto, pero con eso de que ando revisando detalladamente todo el proceso, al parecer, O´Donojú, no tenía ni remotamente facultades suficientes de Rafael de Riego, quien estaba al mando del gobierno liberal dentro del trienio 1820-1823, y mucho menos de Fernando VII, quien estaba impedido de actuar. Por lo anterior, el Tratado de Córdoba (en singular porque fue uno solo) estaba viciado de nulidad absoluta.
Así que, entonces queda descartado todo lo anterior, y nos vamos al día 28, para ver si el acta de Independencia es el documento que le otorga la independencia a México.
De facto, la independencia inicia ese día 28, cuando por la fuerza militar del ejército Trigarante, una parte minoritaria del ejército realista que no se habría sumado a la causa, estaba rumbo a Veracruz para abandonar el territorio del ahora llamado Imperio Mexicano, y Agustín de Iturbide ya se habría posesionado de la capital desde el día anterior.
Ese mismo día, muchos personajes del clero, burguesía, comerciantes, y criollos de la alta sociedad, serían los firmantes de un documento llamado “Acta de Independencia del Imperio Mexicano”, así como el militar Anastasio Bustamante, y por supuesto, Agustín de Iturbide. Curiosamente no firmó el último virrey o jefe superior político de la Nueva España, Juan de O´Donojú. Su espacio dentro del acta quedó en blanco. Este personaje venía muy enfermo desde España, hecho una auténtica piltrafa humana, al punto que el 8 de octubre habría fallecido. Como sea, si pudo firmar y no firmó…¿por qué fue? ¿Se habrían dado cuenta que no tenía facultades? Considero que si las tuviera y hubiese firmado, ese día podría haberse considerado sin lugar a discusión alguna, la verdadera fecha de la consumación de la independencia, pero no fue así.
Además, hay otro pequeño gran detalle que para mí, invalida dicha acta, y es que todos aquellos que realmente apoyaron a Iturbide, creyeron en mayor o menor medida en él, NO firmaron cuando deberían haberlo hecho. Esto incluye, curiosamente a más realistas que insurgentes, pero como sea los enlisto a unos y otros, para hacer un breve análisis.
INSURGENTES QUE NO FIRMARON: Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo, Manuel Mier y Terán, Antonio Aldama, Melchor Múzquiz.
REALISTAS QUE NO FIRMARON: Miguel Barragán, Antonio López de Santa Anna, José Joaquín Herrera, José Antonio de Echávarri, Vicente Filisola, Mariano Paredes y Arrillaga, Pedro Celestino Negrete, Valentín Canalizo, Juan José Miñón y Altamirano , Toribio Cortina y Díaz, José Antonio Rincón, José Morán y del Villar.
Muchos me podrían discutir que no tenían porqué firmar, pues simplemente cumplieron con su deber militar, y sus facultades no irían más allá de sus responsabilidades con el ahora ejército imperial. Para matar esta discusión en frío, diré que si Anastasio Bustamante firmó, todos los demás deberían haberlo hecho, pero ni fueron convocados, y más aún fueron olvidados. Este fue el primer gran error del impecable y perfecto plan, que hasta el día anterior había alcanzado Iturbide.
Tiempo después, y como evidentemente nunca llegó Fernando VII a reclamar el trono, ni nadie de su familia real, además de que desconoció la independencia, así como el tratado de Córdoba, fue que el michoacano vio que podría ser el emperador. El 21 de julio de 1822 se coronaba como Agustín I, pero lo hacía en un territorio independizado unilateralmente, y sin el consentimiento ni firma de España.
Para entonces, ya no tenía más aliados que no fuera Anastasio Bustamante, pues no me cabe la menor duda que la soberbia lo habría cegado a partir del día 28 de septiembre de 1821. Suele suceder al llegar al trono.
Segundo error, y lo considero el más importante. Este pasaje, tal parece sacado de una telenovela, y fue que Iturbide impidió que Antonio López de Santa Anna, cortejara a su hermana María Nicolasa, pues el jalapeño deseaba integrarse a la corte imperial, y eventualmente quedar con un lazo familiar importante. Este episodio, el cual parece intrascendente, resulta ser quizás el que más fatalidades le desató al emperador, pues en un escenario que hubiesen terminado cuñados, creo que la dupla, Iturbide-Santa Anna, habría sido por demás poderosa, longeva, invencible y dinástica. El haber corrido no solo de la corte, sino de la capital a Santa Anna, se tradujo en lo que se conoce como el Plan de Veracruz, antecedente del Plan de Casamata para derrocarlo, encontrando y justificando varias anomalías en el proceso de haberlo proclamado emperador constitucional, y señalando todo lo necesario para invalidar su entronización.
Es en este momento que aparece un personaje siniestro, el cual había conspirado para asesinar a Iturbide, por órdenes de Bolívar, en virtud de que había sido diputado-secretario de él, en la promulgación de la constitución de la Gran Colombia firmada en Cúcuta. Me refiero al que por un tiempo fue el embajador de la gran Colombia en México, Miguel Santa María, quien fue descubierto a tiempo, y le fue retirado su pasaporte para que se regresara a Bogotá. A principios de 1823, el Plan de Casamata es redactado minuciosamente por este sujeto, y Santa Anna seducido para encabezar al ejército que lo derrocaría. Como tenía rencor de sobra, y sumado a su visión que comenzaba a agudizarse a pasos acelerados, imagina por primera vez que debía tomar el país en sus manos, cuando vio que a Iturbide se le evaporaba frente a sus ojos.
Tercer error. Agustín I, abdica el 19 de marzo de 1823. Regla violada: “Un rey NO abdica”.
Por lo anterior, me pregunto: ¿Dónde quedó la independencia? ¿Qué pasó con la pompa y circunstancia de los días 27 y 28? ¿Independencia de quién? Los masones yorkinos en manos de Joel Poinsett ya tenían el control, y sus lacayos, Vicente Guerrero y Nicolás Bravo, listos para actuar. La primera presidencia de Guadalupe Victoria, fue un momento de relativa tranquilidad, pero el pleito en las elecciones e intentos de fraude que se imputaron mutuamente Manuel Gómez Pedraza y Vicente Guerrero, fue la señal que la efímera independencia había terminado. Había un nuevo amo: Estados Unidos, no queriendo decir que el anterior era España, pues todos los que se peleaban, eran españoles americanos, en un reino que había durado 300 años, y entre todos ellos se habían encargado de destruir el hogar donde habían nacido, y matar a la madre que los había parido y cuidado con todos sus posibles errores.
Cierro con dos anécdotas realmente sorprendentes y desconocidas, inclusive para más de un historiador de profesión.
La verdadera independencia del adefesio en que se había convertido el ex imperio mexicano, algo así como el hombre elefante, llegó el 28 de diciembre de 1836, con la firma del tratado Santa María-Calatrava, donde España reconocía no tener reclamos territoriales ni administrativos pasados, presentes o futuros sobre México. Santa María… el mismo Miguel Santa María que había intentado asesinar a Iturbide, el mismo Santa María que ideó el plan de Casamata, el mismo mexicano veracruzano Santa María, lacayo de Bolívar, fue el firmante de este trascendental Tratado, el cual le otorgaba a México, su independencia definitiva 15 años después. Este contrato fue perfecto y de validez plena. Firmaron las partes que debían firmar.
No obstante, este personaje operó algo que nadie se percató hasta hoy día, y fue un proceso jurídico llamado: Restitutio Imperii, es decir que el imperio que Moctezuma puso en manos de Cortés, y le fue entregado al rey Carlos, y que durante 300 años fue razonablemente administrado y sumamente poderoso con la moneda más importante y codiciada de la historia de la humanidad, es decir el real de ocho, de plata, llamada dólar español, se RESTITUÍA en manos de los mexicanos, quienes al día de hoy no se han dado cuenta que es un imperio mexicano en estado de hibernación.
El 28 de diciembre de 1836, no se logró solamente la verdadera, absoluta, e incondicional aceptación de la independencia de México, sino la restitución del Imperio Español, Mexica, Mexicano, o como guste decirle. Si usted desea entonces saber la verdadera fecha de la consumación de la independencia, es sin lugar a duda y coincidentemente un día de los inocentes, pero de 1836; año en que por cierto, Tejas declara unilateralmente su independencia el 2 de marzo, y comienza a convertirse en Texas.
El pequeño gran problema fue que, cuando México recibe su verdadera y auténtica independencia, sucede que aquellos oscuros y nefastos personajes ya la habían vendido desde la constitución del 1824, con un nombre por demás ridículo: Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos. El vasallaje estaba abiertamente declarado, y faltarían doce años para perder la mitad del territorio frente a otro país casi con el mismo nombre: Estados Unidos de América. En otra ocasión le platicaré detalladamente del más fatídico y deplorable personaje que trabajó incansablemente durante años, para construir esta traición a México. Me refiero a Lorenzo de Zavala.
Como corolario, uno de los generales que acompañaba en el Ejército Trigarante el 27 de septiembre a Iturbide, era Miguel Barragán ―futuro presidente―, quien comprobadamente era descendiente del emperador Moctezuma, y quien se casó el 18 de noviembre del mismo 1821 con Manuela de Trebuesto de Casasola, también descendiente del gran Tlatoani.
¿Por qué don Miguel ―ya casado― no alzó la mano para reclamar lo que por doble derecho de sangre le correspondía?
Finalmente, el cuarto y último error de Iturbide fue usar una frase al abdicar cuando dijo:
“Acepté el trono con suma repugnancia”.
Insisto, un rey no debe abdicar, pero mucho menos aceptar su designio si existe una mínima duda. Sin embargo, es de justicia afirmar que entre el 21 de julio de 1822 y el 19 de marzo de 1823, México fue un imperio casi independiente, que de haberse perpetuado, España lo hubiere reconocido como lo hizo hasta 1836, pero lo habría hecho muchos años antes.
Hoy día no tenemos rey ni emperador, no tenemos independencia, y tenemos un adefesio de república con una democracia vergonzosa que ni siquiera llega a esa categoría.
Sin embargo, tenemos un imperio real en estado de hibernación, así como la mitad del territorio que nos hicieron el favor de dejarnos los gringos, el cual es en superficie, cuatro veces la de España.
Concluyo. Es inútil discutir si fue inicio de la Independencia o consumación de la misma, cuando por los hechos no tenemos Independencia alguna. Más bien invito a todos mis queridos lectores a reflexionar todo lo aquí escrito, y comenzar a planear la verdadera Independencia de México.
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
En mi novela, la futura emperatriz de México, nace en Ciudad del Maíz, S.L.P. el 8 de marzo de 1823, y es bautizada al día siguiente con el nombre de Mairena. Su madrina es la emperatriz doña Ana María Huarte y Muñiz, y su padrino, el aún emperador Agustín I. Faltaban once días para que abdicara.
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