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Es martes 17 de enero 2023 a las 9:53 a.m. y una muy buena amiga llamada Margarita, quien es descendiente del emperador Moctezuma, además de profesora de historia, me preguntaba por mensaje de celular: Hola Claudio. Buenos días. ¿Cómo va el 19° descendiente?
Aclarando que mi hija Ana Paula y mi yerno Enrique jamás nos revelaron el sexo de quien sería hasta el martes nuestro futuro nieto o nieta, en este momento que escribo, estoy notando que mi amiga antepuso el artículo masculino en lugar del femenino al hacer su pregunta.
Yo le respondí a las 9:55 a.m.: Hola Magui, buenos días. Haciéndose del rogar un poco. Así es la realeza. (emoticón riéndose).
Ya seguimos hablando de otras cosas, aunque confieso que de mis amigos, Magui fue quien más ha estado al pendiente del embarazo, lo cual se lo aprecio mucho, pero no deja de intrigarme porqué preguntó por “el” descendiente. Eso que llaman sexto sentido, es algo que de hoy en adelante deberé tomarlo totalmente en serio y sin discusión…
Al instante mismo que Magui me habría enviado su mensaje, me impulsó a averiguar con mi hija, ya que no había novedad hasta ese momento, y el mensaje que le envié a las mismas 9:53 decía: Hola chuladita ¿Cómo te vas sintiendo?
No me llamó mucho la atención que me respondiera hasta las 11:50, lo que es normal en los hijos con los padres, pero esta vez comenzó diciendo… ¿Qué creen?
Estas dos palabras para un abuelo primerizo algo viejo (68 años) con su hija en la semana 40-41, son equivalentes a… a… a… ¡quién sabe! pero a muchas emociones revueltas.
De hecho nos confesó que el primer goteo de la fuente había sido a las 6:00 a.m. aunque ella nos dijo que estaba tranquila pues todavía no había tenido contracciones. Nos comentó que salía a consulta a la 1:00 p.m. y que ya nos avisaría. Emma se preocupó por obvias razones, pues era señal inequívoca que el final del embarazo había comenzado. A las 5:31 p.m. dice el mensaje de Ana: Ya vamos para el hospital, y a las 7:00 p.m. estábamos arrancando el auto para salir de San Juan del Río rumbo a la gran Tenochtitlan.
A las 9:40 p.m. estábamos en el recibidor de un hospital en Santa Fe, y el reporte era que Ana llevaba poco más de tres horas de labor apoyado por mi yerno Enrique, quien con una actitud de extremo estoicismo la acompañó de principio a fin en todo momento. Digo esto, porque un parto psicoprofiláctico pélvico, no es asunto que ocurra todos los días. De hecho es algo que requiere mucho valor de la madre, junto con alguien conocedor en la materia como su cuñada Lorena, sumada a la experiencia de su doctora, quienes ambas, en una labor de equipo ―no creíble― hicieron que fuera un éxito total el alumbramiento. Obviamente la ayuda física y moral de Enrique hicieron que todo fuera más sencillo para mi chuladita, porque así le he dicho desde hace mucho tiempo, y así seguirá siendo.
A las 10:18 p.m. mi consuegra Lorena recibía un mensaje de su hija mayor Lorena, quien durante todo el embarazo acompañó a mi hija. El texto decía escuetamente: ¡Ya nació! y todavía tuvo que preguntarle… ¿Qué fue? La respuesta que recibió en una sola palabra decía:
Niño.
Un 17 de febrero de 2018 se casaban Ana y Enrique. Un 17 de julio de 1982 nos casamos Emma y yo, y un 17 de enero de 2023 nacía un varón que comenzaba a hipnotizar a padres y abuelos, asunto que mucho me temo, será de carácter permanente. Creo que el número 17 nos persigue a los cinco, por alguna extraña razón que deberé investigar. Se aceptan gustosamente comentarios de numerólogos expertos en el oficio.
Regresando del breviario anterior y al tema que nos ocupa, este día 17 solo Emma pudo pasar a conocerlo y tomarlo en sus brazos. Yo tuve que esperar con una sonrisa falsa y acartonada hasta el día siguiente, por temas de burocracia hospitalaria en materia de visitas. Sin embargo, ya era miércoles 18, y este hermoso, apuesto e hipnotizante, pero aún innominado niño, ya estaba en mis brazos alrededor de las 12 hrs. en el cuarto donde estábamos Ana, Emma y yo. Enrique había salido.
Debo de hacer un paréntesis, así como una obligada y ridícula confesión, antes de que te enteres por terceras personas. Desde los 20 años aproximadamente, tengo algo que me sucede cuando entro a hospitales o consultorios, y es que me viene un vahído al punto de perder el conocimiento, aunque nunca he llegado a ese extremo. Sin embargo, ya no puedo permanecer de pie, y si no me auxilio de inhalar un poco de alcohol y tomar algo que contenga azúcar como una coca (comercial indeseado) entonces caería azotando al suelo. Sin abundar más en este asunto, simplemente ocurrió que cuando tenía a mi nieto en brazos, llegó la doctora y me lo pidió para colocarlo en su cuna y hacerle una revisión. Yo tuve que buscar por acto reflejo el sillón más cercano, y lo que siguió fue más que desagradable, al punto que nebulosamente me di cuenta de que ya me estaban tomando la presión. Al cabo de una hora, y cuando la doctora ya había abandonado el cuarto, todo comenzó a regresarme a la normalidad. Quede este párrafo para guardarlo en el anecdotario, y paso al siguiente tema por demás importante…
Llegaba la hora de comer, y ya nos habíamos puesto de acuerdo con Lorena y Enrique, mis consuegros, para bajar al restaurant. Sin saber si metí mi cuchara más de la cuenta, les dije a Ana y Enrique que los dejábamos por un rato, en lo que realizaban su cónclave. Ciertamente ya me habían comentado que de varios nombres que tenían en mente, había uno que ya calificaba seriamente para ellos, por diversas razones.
Este nombre era TEO. Así como se escribe. Así como se oye. De tres letras. Sin ser diminutivo ni contracción de otros nombres, y sin relacionarlo con ningún otro.
Después de la comida nos enteramos de que había humo blanco: TEO era el nombre escogido. Sin discusión, es un gran nombre. ¿Qué mejor nombre para honrar a quien decidió prestarle la vida? ¿Qué otro nombre podría ser mejor por ser más corto, claro y preciso, con nuestras raíces griegas y latinas? ¿Podría haber un mejor nombre que padre y madre, filósofos y maestros de profesión con oficio diario, pudieren haber escogido? Si bien yo les había sugerido muchas semanas atrás varios nombres, debo decir que TEO no estaba en mi lista, y fue una sabia decisión de Ana y Enrique.
A 49 días exactos de la partida de mi madre, nace mi nieto, y ello confirma que El Dador de Vida, Dios, El inventor de sí mismo, es quien decide misteriosa e incompresiblemente por estos préstamos, los cuales no dejan de sorprendernos a todos quienes estamos temporalmente haciendo uso del mismo. Gracias a Dios por esta enorme compensación. Gracias a Dios porque mi chuladita y Enrique están muy bien. Gracias a Dios por TEO.
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
(EL ABUELO)
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