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01 - Ignacio Pérez - Estatua ecuestre en Av. Universidad y Corregidora.
Tiempo de lectura: 8 min.
Cualquier nación es el resultado de las decisiones que día a día van tomando sus habitantes. Si es grande, rica, poderosa, y durante algún período de su existencia, más aún, resulta tener un dominio hegemónico en el planeta, es porque sus dirigentes así lo decidieron, pero sobre todo, no dudaron en ejecutar el plan que los llevaría a lograrlo.
La primera vez que nuestra nación marcó su destino, fue resultado de la decisión de dos personas que así lo imaginaron. Me refiero al noveno tlatoani mexica, Moctezuma Xocoyotzin II, y al aventurero, expedicionario y empresario extremeño, Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, quienes resultado de las circunstancias que los habría colocado cara a cara un 8 de noviembre de 1519, fue que ese día un Nuevo Mundo había comenzado. La futura nación que se llamaría México, se había decidido en la ciudad isla denominada: “Mexhico-Tenochtitlan”.
La población, territorio, nuevas ciudades, universidades, minería, y liderazgo en el escenario mundial, resultado de la enorme producción de plata, y en especial la acuñación de moneda de curso legal y global llamada Real de Ocho o dólar mexicano (así con una “ele”) había crecido exponencialmente durante 290 años, hasta implosionar y desmoronarse más de dos terceras partes de lo que era, a partir de un 16 de septiembre de 1810 en la madrugada.
Algunos historiadores afirman que Ignacio Allende estaba enterado previamente de que las juntas rebeldes que planeaban la revolución, ya estaban localizadas y habían sido descubiertas. Desde el día 14 de septiembre, Allende ya se encontraba con Hidalgo en Dolores. Sin embargo, la versión oficial es que la persona que tomó la iniciativa de avisarle, fue la corregidora de Querétaro, doña Josefa Ortiz de Domínguez, con la ayuda del alcaide de la prisión, Ignacio Pérez, quien a través de una cerradura recibía un recado escrito para llevarlo a San Miguel El Grande, asunto que no tiene sustento histórico, quedando en categoría de leyenda. Si lo damos por bueno, el recado llegó a tiempo, en manos de Juan Aldama, y a su vez los futuros insurrectos, o mejor conocidos como insurgentes, habrían de comenzar la revolución casi mes y medio antes de cuando estaba planeada. Fue Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de Dolores en el estado de Guanajuato, quien convocó, arengó e inició un evento que le cambiaría la suerte a una nación muy poderosa, y que en ese momento no soñaba con llamarse México, pero que el pequeño pedazo de papel que había pasado por el orificio de una cerradura en la casa de La Corregidora en Querétaro, decidía por primera vez la suerte de nuestra nación. Como es mi costumbre, y bajo la técnica de la ucronía, es decir utilizando el “hubiera”, o simple pretérito imperfecto gramatical, basta imaginar que ese recado no hubiera salido, o no hubiera llegado a tiempo porque se le rompe una pata al caballo de Ignacio Pérez (01), y entonces se hubieran apresado a todos los conspiradores. Este triste evento marcó a Querétaro para siempre, como el lugar donde la mayoría de la gente cree que se inició La Independencia, asunto que no comparto y no me extenderé por el momento, pero sería la primera ocasión que el destino de México se decidía en Querétaro.
Hay otro evento poco o nada conocido, que es el encuentro en San Juan del Río en Querétaro, acontecido la tercera semana de junio de 1821, entre Agustín de Iturbide y Miguel Fernández Félix, (02) mejor conocido por sus dos nombres no tan masculinos, es decir Guadalupe y Victoria, quien por cierto jamás aceptó el indulto, y quien le propuso al michoacano la posibilidad de que un insurgente, soltero, que no hubiese aceptado el indulto, y que se casara con una noble guatemalteca o alguna descendiente de Malintzin, pudiera acceder al trono mexicano en lugar de Fernando VII, como ya lo contemplaba el Plan de Iguala. Iturbide hizo que lo vigilaran a partir de ese momento, pues seguramente ya veía al duranguense como un posible y serio rival al trono del imperio mexicano.
Cuento con información confiable de una historiadora y experta en genealogía, de nombre Matilde Ipiña de Corsi, quien asegura que en su familia, ―todos ellos descendientes del emperador Moctezuma―, una de ellas era monja, de nombre Guadalupe Fernández Barragán Ortiz de Zárate, quien se entendía con el Sr. Fernández Félix. El punto que deduzco es que, si Iturbide pensaba vagamente que Fernando VII no respondería a la amable invitación de venir a La Nueva España para asumir el trono de lo que sería el Imperio Mexicano, sin lugar a duda, él mismo se propondría para ocupar la “vacante” de emperador mexicano. ¿No será que el Sr. Fernández habrá acicateado los sentimientos, deseos e intenciones de don Agustín? Me cuesta trabajo pensar en lo contrario, por lo que califico este momento como el segundo de la lista, donde Querétaro fue el escenario que decidiría el destino de un México Imperial en los próximos tres meses.
Paso al tercer evento:
Después que el onceavo presidente de Estados Unidos, James Polk, se había salido con la suya al ganar la guerra para arrebatarnos una cantidad inimaginable de territorio, ―misma que la historia universal jamás ha registrado tal superficie conquistada en tan poco tiempo―, resulta que con la bandera de barras y estrellas ondeando en Palacio Nacional desde el 14 de septiembre de 1847, comenzaron las negociaciones para firmar un tratado llamado irónicamente de paz y amistad. El día dos de febrero del año siguiente, se firmaba ese tratado llamado de “Guadalupe – Hidalgo” en la capital del país, por los ministros plenipotenciarios de cada nación. Este tratado se enviaba al Senado de Los Estados Unidos de América para su revisión, siendo aprobado el 10 de marzo, pero quedando pendiente que fuera devuelto para su ratificación y canje con el congreso de México, el cual ya se habría instalado en la ciudad de… Querétaro.
Llegado el 30 de mayo de 1848, en la hoy calle de Hidalgo 29 del centro histórico de la ciudad de Querétaro (03), donde sesionaba el congreso, y a la vez vivía provisionalmente el presidente en funciones Manuel de la Peña y Peña, fue firmada la ratificación del susodicho tratado por mayoría, habiendo realizado el canje correspondiente. Ese día Querétaro era un triste e impotente testigo de primera fila, de cómo la nación mexicana se encogía a la mitad de su tamaño. La mesa donde se firmó este oprobioso documento, se encuentra actualmente en el Museo Regional de esta ciudad.
No me encanta, pero debo pasar al cuarto evento…
Un amigo me preguntó en alguna ocasión cuando platicaba con él sobre Maximiliano: ¿qué razón tenemos para nunca habernos dado la oportunidad de probar cómo nos podría haber ido con una monarquía, al igual como tantos países que hoy disfrutan por la estabilidad que ésta les ofrece? La respuesta a esta pregunta podría dar material suficiente para escribir no uno, sino muchos libros. Sin embargo, en un ejercicio de muy elemental síntesis, podría decir que no estamos preparados para subir este escalón civilizatorio, y peor aún, todavía no la merecemos.
Prueba de lo anterior, es que después del asesinato en julio de 1824 de Agustín de Iturbide, exemperador de México, tuvieron que pasar 40 años para que un 10 de abril de 1864, se hiciera un segundo intento con la entronización de Fernando Maximiliano ―antes de Habsburgo― y ahora de México, para que asumiera el trono mexicano que débilmente había dejado vacante Agustín de Iturbide. La mayoría de los estados de la entonces República Mexicana, ya lo había aceptado, y tanto Félix Zuloaga, y que decir de Miguel Miramón, ya preparaban el camino para que esto ocurriera. No es propósito de este pequeño ensayo relatar toda la historia de este accidentado y fallido segundo imperio, pero si la de analizar que la suerte del mismo, extrañamente se decidiría en Querétaro, cuando inclusive Miramón se negaba a entrar a una trampa sin salida, y lo que pudo comprobarse con el sitio que acabaría un 15 de mayo de 1867, día en que Maximiliano se rendía, y le entregaba su espada a Mariano Escobedo (04). Esta fecha, por cuarta ocasión, la suerte y destino de México se volvía a decidir en Querétaro, ciudad que por cierto no fue vencida, y sí, vendida, pero esto es tema exclusivo que trato a detalle en mi libro: “Café Para Tres, con aroma de historia”.
Y como dice el refrán taurino…¡no hay quinto malo! lo que en el fondo significa que es el toro más peligroso de la tarde. Veamos el siguiente evento:
Todo indicaba que la Constitución promulgada bajo la presidencia de Ignacio Comonfort en 1857, era un muy buen documento, tanto que al mismo Don Ignacio, y peor aún a Juárez, les estorbaba porque se sentían atados de manos. El estudio de la misma nos puede dejar muchas enseñanzas para la actualidad. Ahora tendrían que pasar otros 60 años, para que una masa heterogénea y desarticulada de revolucionarios, y con intereses propios cada uno, hubiese destruido un país al que hoy le llamaríamos de “primer mundo”, mismo que le había tomado 34 años de construcción, para que en menos de cuatro, no alcanzara la clasificación ni de cuarto mundo. Ciertamente hubo que intentar reconstruirlo, pero antes que reacomodar los tabiques caídos, más importaba deshacer la constitución del ´57, para crear otra que entregaba casi un poder absoluto al ejecutivo, y con marcados tintes socialistas, que por cierto, eran la moda. Esto ocurría con muchos amigos de Venustiano Carranza, quien apoyado por Los Estados Unidos, los convirtió elegantemente en flamantes constituyentes, para que el 5 de febrero de 1917, todos de pie, y con el brazo derecho extendido hacia el frente (05), juraran la reforma a la constitución del ´57, la cual nunca fue derogada, pero los cambios realizados, así lo hicieron ver. Esta gran ceremonia se daba en el Gran Teatro Iturbide, el cual cambió su nombre a Teatro de la República en 1922, hoy ubicado en la esquina de la avenida… Juárez, lógicamente, y la calle Ángela Peralta continuación de la calle Hidalgo que acabo de mencionar, por supuesto en ¡Querétaro! Nuevamente esta bella ciudad era testigo silencioso de un México que sería muy diferente, y conste que este párrafo lo dejo sin adjetivos calificativos.
Continúo con el sexto, y espero, último evento de la serie…
Después del asesinato en 1928 del entonces candidato que intentaba reelegirse, Álvaro Obregón, y en el contexto de que la silla presidencial siempre era ocupada por algún militar donde el presidente en turno, o el aspirante, se encargaban de matar al anterior, o al siguiente, suceden varios eventos que le irán dando forma a un México menos belicoso. Plutarco Elías Calles, quien terminaría su presidencia el 30 de noviembre de ese año, convoca el 5 de septiembre a junta de gobernadores, y sale a relucir el nombre de Emilio Portes Gil, como candidato para ocupar la primera magistratura. El congreso lo nombra por extraña unanimidad, presidente interino, quien asume el poder el 1° de diciembre. El 8 de diciembre, Calles anuncia su retiro a la vida privada ―¡sí, cómo no!―. Iniciando 1929, el 5 de enero, se publica la convocatoria para la convención del novedoso Partido Nacional Revolucionario, (futuro PRI) programada para el 1º de marzo en... “Querétaro”, y el día 4 se celebra la convención del mismo en el “Teatro de la República” (06). Siempre me he preguntado si no había salones suficientes para haberlo hecho en la capital, pero creo que esa pregunta se quedará sin respuesta, por lo que por sexta ocasión, en Querétaro, se decidía el destino de México, y esta vez con la aparición de un partido hegemónico que durante 70 años no soltaría el poder, y el cual sería denominado por Mario Vargas Llosa, “La Dictadura Perfecta”.
Querido lector:
Usted bien sabe que si me escribe, le responderé de inmediato. Sin embargo, debo anticiparle que si ya está leyendo estas líneas, es porque estará tentado a preguntarme ¿Por qué en Querétaro? ¿Qué tiene Querétaro para que en seis ocasiones se haya decidido tan dramáticamente el destino del país entero? Y entonces le responderé que no tengo la menor idea.
De lo que si estoy seguro, es que deseo que la historia que le depare a este bello Estado, no haya nada que le vuelva a imponer tan grave responsabilidad, y que si el caso fuera, se dirima en la capital del país, donde todo lo anterior tuvo que haber ocurrido.
Por último, cabe subrayar la vocación industrial, empresarial, comercial y turística que ha tenido Querétaro desde sus albores, donde sus gobernadores siempre han tenido una visión de largo plazo para el estado, no importando la alternancia que se ha venido dando marcadamente desde hace un cuarto de siglo. La paz, tranquilidad, seguridad y apetito por invertir y residir en la entidad, es no solo conocida en el ámbito nacional, sino global.
Es por lo anterior que quizás el séptimo evento que ciertamente no me molestaría que ocurriese, es que un gobernador queretano pudiera algún día ocupar la silla presidencial, pues si media docena de veces México se decidió en Querétaro, pudiera entonces ocurrir que alguna vez Querétaro decidiera lo mejor para México.
CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY
La semana entrante estará disponible mi nuevo libro, en el cual conversarán en una cafetería, muchos de los personajes que menciono en este pequeño ensayo, pero solamente lo harán de tres en tres, y con la enigmática presencia de un mesero llamado... Fernando.
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